jueves, 18 de julio de 2013

El pionero de Aguamarga

Muere Teo Cabestrero, el fotógrafo que cambió París por Almería
Manuel León   [ 18/07/2013 - 05:00 ]

Teodoro Cabestrero, fotógrafo  [ 0 ]

Cuando Teodoro Cabestrero Otero (Madrid-1927) pisó por primera vez Aguamarga en 1960 dijo “ya paro”. Se compró una parcela de 4.000 metros y se edificó una casita blanca frente al mar de Ulises. Se iluminaba entonces con candiles en esas noches eternas (la luz eléctrica llegó en 1968), rodeado tan solo por cincuenta vecinos. Compraba dos o tres barras de hielo en Pescadería, las envolvía en hule y cada vez que iba a la ciudad pinchaba un par de veces. Llegó a juntar seis ruedas de repuesto en el coche, por si las mosca; cuando el fotógrafo Cabestreros llegó a Aguamarga, el suyo era el único coche del lugar. Cuando avisaba a los vecinos de que pensaba ir a Carboneras a comprar, al día siguiente aparecían más de una docena para que los acercara.
Ahora que Teo acaba de fallecer en esa misma casa, bajo el rumor de las olas y el olor a salitre, todo el mundo tiene dos o tres coches. Ahora, esos vecinos iniciáticos, se han hecho ricos alquilando sus viejas casetas y su espacio vital se ha llenado de cemento, de bares donde expenden sardinas a la plancha y de tiendecitas de bisutería.
Cabestrero no fue un fotógrafo de postín, de renombre mundial, pero fue un amante furtivo de la Almería levantina que despedía la enagua y recibía al biquini, que dejaba atrás el pimentón y empezaba a descubrir los daiquiris con los primeros turistas.

Hijo de Malasaña Nació en el castizo barrio madrileño de Malasaña y trabajó para la agencia Efe en París. Antes se alistó en la Marina y se dedicó a ser modelo publicitario. Se fue a colaborar en labores de ayuda humanitaria en la gran inundación que sufrió Holanda en los años 50 y a su vuelta, se introdujo como fotógrafo de prensa.
Su actividad profesional en París le llevó a ser fotógrafo oficial de la Embajada española donde conoció a todos los políticos y artistas de fuste de la época.
Contaba con un pequeño laboratorio fotográfico instalado en su apartamento donde revelaba los negativos en blanco y negro que hacía con su Leika, como recuerda su amigo Guillermo Armengol. Su pasión por Almería se la descubrió Rafael Lorente, el cónsul rojo, que lo trajo a Mojácar para hacer un reportaje de casitas encaladas y mujeres bíblicas con la cara tapada y el cantaro en la cabeza, como las que descubriera Ortiz Echagüe.
El alcalde Jacinto le quiso regalar un terreno, pero Teo siguió su ruta y descubrió Aguamarga, de la que ya nunca se separaría.
Allí recibía a sus amigos franceses y españoles, tomando vinos en el porche de su casita frente al mar. Por allí pasaron el propio Armengol, José María Moreiro, Lorente  o Nativel Preciado.
 Su casa sigue ahí, tal como él la concibió, como el la moró cuando era el sultán de sus arenas, cuando tomaba copas con pescadores y recibía a intrépidos viajeros que hasta allí llegaban.
Aguamarga ha pasado de ser un caserío, cuando él llegó, a una población turística donde veranean príncipes nórdicos, ahora que se acaba de llevar la parca a este aventurero, a este audaz, que cambió los adoquines parisinos por las arenas de lo que entonces era el fin del mundo.
El pionero de Aguamarga

miércoles, 10 de julio de 2013

Has decidido que te la llevas ...

AFTERSHARETV_Risto_3_Bitono_baja
Risto Mejide

Artículo publicado el domingo, 7 de julio de 2013 en ElPeriódico.com.

“Has decidido que te la llevas. La noticia ha caído como un mazazo sobre la familia. Un mazazo de los que te rompe por dentro pero te une por fuera. Un mazazo que aplasta cada año más de 200.000 familias sólo en España. Otra familia que se ve obligada a recordar que sólo se tiene a sí misma cuando alguien se viene o se va.

Has decidido que te la llevas. No has sido ni para decirlo a la cara. Nos lo has hecho saber desde tu escondite, la putrefacta caverna microscópica en la que llevas meses atrincherado, agazapado detrás de un asterisco que venía en un sobre muy parecido al de las facturas, como si alguien te hubiera pedido la cuenta, el qué se debe, l’addition.

Cobarde, que eres un cobarde. Mal rayo te parta. Ni un mísero aviso. Ni una oportunidad. Te presentas como se presentan los delincuentes y los indeseables, por sorpresa, sin avisar, cuando ya todo es tarde, cuando ya sólo queda alevosía y nocturnidad. Como si te hubiéramos hecho algo. Como si alguien en este mundo mereciese algo así.

Porque has decidido que te la llevas. Vale, muy bien y ahora qué. Nos das la noticia, nos marcas un plazo, nos amputas cualquier esperanza y aún tendremos que darte las gracias por dejarnos algo de tiempo para despedirnos de ella. Nos dejas el tiempo justo para embalsamar tantos recuerdos que no sabemos ni por dónde empezar. El tiempo justo para no poder ni llorar.

Que sepas que no vas a llevártela tan fácilmente. Que sepas que ella piensa plantarte cara hasta el final. Aunque sea lo último que haga. Piensa aferrarse a lo que le queda de sí. Y piensa apurar toda estadística por ínfima que sea, como se apura el último sorbo en pleno desierto, como se estiran esos últimos minutos antes de que vuelva a sonar el despertador.

 Pero sobre todo, que sepas que no está sola. Ni ahora ni nunca. Ni antes ni después. Su dolor es el nuestro. Su lucha no se libra sólo en su organismo, sino en el ánimo de todos y cada uno de los que la queremos, la querremos y la quisimos alguna vez. Porque en eso consiste querer de verdad, sufrir lo que se ama y amar lo que se sufre, se esté en el cuerpo de quien se esté. Pero qué hago contándote esto, tú qué vas a saber, si eso tú no lo podrás sentir jamás.

Tú has decidido que te la llevas, y punto. Y eso sí, ahora nos ofreces todo tipo de paliativos. Siniestra palabra. Eufemismos, tecnicismos inútiles para disfrazar el dolor que menos duela. Pero duele igual.

Tratamiento, otra palabra que siempre nos será extraña. Porque esconde lo mismo que esconde cualquier peluca. Un esfuerzo titánico, cotidiano, íntimo y personal por aparentar normalidad bajo circunstancias absolutamente extraordinarias.

Por eso, has decidido que te la llevas y puede que al final hasta te la acabes llevando. Puede que ganes, pero jamás vas a triunfar. Porque hay cosas que nunca podrás llevarte.

No te llevarás su risa. Porque su risa puede contigo. Aunque al final te la lleves a ella, su risa se quedará. Tampoco puedes con su cariño. El que recibe y el que nos ha dado. Cuanto más se apaga ella, más se ilumina el hueco que deja a su alrededor. Y por supuesto, no podrás con su recuerdo. Es demasiado grande para ti. Y para cien más como tú.

Cuídate mucho, porque esto no ha hecho más que empezar. Detrás de tus malditas 6 letras hay mucha más gente que sigue luchando todos los días, desde dentro y desde fuera de la enfermedad. Disfruta aún que puedes. Destruye a discreción mientras te dure.

Nosotros tardaremos más o menos, nos dejaremos más o menos por el camino, pero tarde o temprano, tú caerás. Como cayeron tantas otras antes que tú. Porque vamos a por ti. Y si algo bueno tiene el ser humano, de las pocas cosas buenas quizás, es que cuando queremos destruir algo, cuando de verdad nos lo proponemos, es sólo cuestión de tiempo que lo consigamos. Mira si somos buenos, que a veces hasta lo hacemos sin querer.

Has decidido que te la llevas.

Ahora mírame fijamente.

Porque a mí, miedo, no me das.”
Has decidido que te la llevas. «  Suscríbete a ristomejide.com.