lunes, 30 de enero de 2023
Esta será la Almería bajo las aguas que verán nuestros hijos
Esta será la Almería bajo las aguas que verán nuestros hijos: Garrucha, Mojácar y Verá serán las zonas urbanas más perjudicadas
Zonas naturales como Punta Entinas-Sabinar se verán completamente bajo las aguas
domingo, 22 de enero de 2023
Medio siglo del “boom” de los Edificios Mediterráneo
Medio siglo del “boom” de los Edificios Mediterráneo en Almería
Cientos de familias almerienses de 1973 compraron y estrenaron alguno de los más de 1.100 pisos construidos en esta zona de expansión
Edificios Mediterráneo
JOSÉ MANUEL BRETONES · Almería, 22 Enero, 2023
No existe almeriense sobre la faz capitalina que desconozca dónde están los “Edificios Mediterráneo”. Las inmensas torres del sur de la calle Altamira han albergado a decenas de miles de personas durante las últimas cinco décadas. Todos tenemos, o teníamos, algún conocido residiendo allí. Pero escasos ciudadanos saben la historia de cómo surgió el ejemplo más brutal de la “Almería vertical” del siglo XX.
La idea de los “Edificios Mediterráneo” se gestó en los años sesenta. El proceso administrativo para este gran núcleo, compuesto por más de 1.100 casas, se activó cuando el Ayuntamiento de Almería decidió urbanizar la zona y recalificar los terrenos debido a la escasez de viviendas en la ciudad. Aquel lugar entre la Carretera de Ronda, la actual Avenida de la Estación y contiguo a la vieja “Huerta Azcona” se bautizó como “Polígono Garcilaso de la Vega”, nombre que tardó poco en olvidarse. La finca se troceó como un pastel y surgieron parcelas de distinto tamaño. Por ejemplo, la de la esquina de la calle José Artés de Arcos con la de Hermanos Machado, donde se levantaron después cinco imponentes rascacielos, tenía 4.862 metros cuadrados. La empresa madrileña “Hadisa” (Hispano Americana de Inmuebles S.A.) no tardó en adquirir diferentes propiedades, con amplias superficies, e inició el desarrollo urbano.
En 1968, el Ayuntamiento aprobó la documentación básica para la construcción de los primeros edificios. Era el expediente VS-268/68, dígitos correspondientes a domicilios permanentes y sujetos a protección oficial subvencionada. Con los permisos legales en regla se iniciaron las obras de los majestuosos bloques de diez y once alturas. De repente, la zona se pobló de un ejército de albañiles que trabajaba de sol a sol bajo las elevadas grúas “Potain”, visibles desde casi toda la capital. Había inmuebles diseñados con sesenta, setenta y hasta noventa viviendas y medio centenar de plazas de aparcamiento.
Al mismo tiempo, la promotora encargó a la agencia “Publisur” una potente campaña de prensa y radio para promocionar la nueva barriada y abrió en el “Edificio Aguilica”, en la calle Sorrento de El Zapillo, una oficina de información y venta. También diseñó un logotipo que jugaba con una casita, las iniciales de la promoción y el primer atisbo de la seña de identidad del conjunto residencial que ya todos conocemos: los soportales de las aceras en forma de arcos.
Octavilla publicitaria de 1972
Octavilla publicitaria de 1972
El “gotelé” y el piso piloto
Los lemas publicitarios de “Hadisa” eran directos: “Un piso no se compra todos los días”, “Vd. tiene la obligación de elegir el mejor piso”, “Por primera vez en Almería, pisos con jardines y piscina… ¡y en el mismo centro!”. Todo ello, jugando con las calidades del interior: habitaciones exteriores, portales de lujo, carpintería metálica, ascensor, calefacción de “calor negro”, terraza, salón de 18 metros, tendedero, paredes de “gotelé”, extractor de humos, puertas de embero, alicatados de color en el baño, cocina de laminado plástico “railite”, armarios empotrados, sanitarios de primera…y, claro, comenzaron a cerrarse ventas y más ventas sobre plano. Había un “piso piloto” decorado por “Muebles La Valenciana”, gancho que acrecentaba aún más los deseos de los inversores. Los primeros clientes pagaron por tres dormitorios y 119 metros cuadrados 307.500 pesetas; podían entregar 40.000 en la firma del contrato y el resto en 14 años; además, existía la exención fiscal de los impuestos en la compra y de todos los tributos municipales durante veinte años. Semanas después, la promotora subió los precios a entre 385.000 y 435.000 pesetas, según la orientación y el tamaño.
Los cinco bloques que se construyeron al principio se entregaron a sus propietarios sobre 1972, pero no fue hasta 1973 cuando se experimentó el “boom” del “Conjunto Residencial Edificios Mediterráneo”. El 8 de abril de 1972 “Hadisa” puso la bandera y “cubrió aguas” de una nueva torre de diez plantas, en un acto social y festivo que congregó a cientos de personas, muchas de ellas dueñas ya de los futuros hogares. Sin duda, esa “Almería vertical” atraía a muchos trabajadores y funcionarios, deseosos de adquirir un techo a estrenar; además, en la década de los sesenta el censo de la capital aumentó un 32 % pasando de 86.808 residentes a 114.510.
EL AYUNTAMIENTO RECALIFICÓ LOS TERRENOS PARA CONSTRUIR VIVIENDAS Y BAUTIZÓ A LA ZONA COMO “POLÍGONO GARCILASO DE LA VEGA”
Aquellas moles de hormigón con nombres de islas, escritores y enclaves costeros comenzaron a albergar a familias enteras. Llegaban con hijos, abuelos, primos o sobrinos políticos que abandonaron sus cortijos y pueblos anhelando un futuro mejor. Pero en cada mudanza era común apreciar, en las caras de los padres y las madres, el orgullo y la satisfacción por estrenar una vivienda de lujo en una zona de expansión de la ciudad. Suponía una gran señal de prosperidad. El siguiente paso era imprimir unas tarjetas de visita con el nombre del matrimonio y la novedosa dirección postal para ofrecer el hogar a parientes, amigos y conocidos. Entre 1973 y 1976, los propietarios llegaban con los enseres imprescindibles. Un piso recién construido exigía tresillos, mesas, sillas o librerías flamantes. Y ahí estaban los muebles y electrodomésticos de “Mago”, “La Unión”, “Vallejo”, “Ruiz Collado”, “El Paraíso”, “Resory´s” o “Jumi” para satisfacer todas las necesidades domésticas. En 1975 ya tenían residencia fija allí unas 900 familias y más de 4.000 personas.
Más tarde, el Ayuntamiento presidido por Francisco de Asís Gómez Angulo (1922 - 21/02/2002) concluyó la rotulación de las diferentes nuevas calles: Doctor Aráez Pacheco, Canónigo Molina Alonso, Ingeniero López Rodríguez, Isla de Mallorca, Sagunto, Plaza de Ibiza o Soldado Español. Aquel “boom” de hace medio siglo se completó con la apertura de tiendas y negocios en los locales de aquellas inconmensurables moles de cemento. En pocos metros a la redonda residían más personas que en la inmensa mayoría de los pueblos de la provincia y había que dotarlos de servicios: la botica de José Waisen Enciso; el Banco de Santander en la calle José Artés de Arcos, 2; el “Spar”; el quiosco de prensa, bares, bazares, peluquerías, ultramarinos, zapateros… varios de ellos en la actual “Galería Siglo de Oro”.
La zona sufrió una importante degradación a finales del siglo XX, pero las numerosas reformas efectuadas por los propietarios en las fachadas y la fuerte inversión que inyectó el Ayuntamiento en nuevas y mejores infraestructuras remozaron su cara. Un buen regalo para celebrar el 50º aniversario del auténtico “boom” comercial y social de la Almería de 1973.
Edficio Isla de Malta
Los nombres de las torres
El enjambre de torres que puebla las calles donde se asientan los “Edificios Mediterráneo” aloja a miles de personas. Es el barrio de la capital con mayor densidad de población; muchos inmuebles superan las diez plantas de altura y es habitual que en cada una existan seis o siete viviendas. Entre las construcciones existentes sobresalen los bloques “Torre Quevedo”, “Torrequebrada”, “Nirvana”, “Torre Góngora”, “Isla de Asinara”, “Torre de Alhambra”, “Isla de Coral”, “Mahón”, “Isla de Tabarca”, “Isla de Malta”, “Isla de Mitjana”, “Isla de Córcega”, “Isla de Creta”, “Isla de Santa Elena”, “Torres Blancas”, “Isla de Cerdeña”, “Costa Brava”, “Costa Azahar”, “Torre Florencia”, “Torre Cervantes”, “Torre Villaespesa”, “Campoamor” o “Panorama”, algunos de ellos con cuatro y cinco fases de elevadísimas plantas.
lunes, 16 de enero de 2023
El alhameño que conquistó Murcia
Fue Pío Wandosell un legendario empresario minero partiendo de unas alpargata por todo ajuar
Retrato de Pío en 1910, dedicado a su segunda esposa Francisca. Gentileza de Gonzalo Wandosell.
MANUEL LEÓN • 14 ENE. 2023
Uno los patriarcas legendario de la fiebre minera del Campo de Cartagena fue un alhameño que llegó a La Unión en los años 70 del siglo XIX, cuando aquello era ni más ni menos que la California europea, el lejano Oeste del Sureste peninsular en el que las calles aún no tenían nombre. Este personaje irrepetible, casi desconocido en su Almería natal, era Pío Wandosell Gil, nacido en Alhama cuando era moteada La Seca, en 1847, quien, sin ningún patrimonio en origen, aglutinó una de las mayores fortunas de la época en el Sur de España, a la altura de su paisano veratense Ramón Orozco o del malagueño Manuel Heredia.
Su relato se ciñe más a la necesidad que al azar, cuando en 1868, con 21 años, se trasladó en el transporte de la alpargata, como muchas familias de su pueblo, a esa tierra de promisión que estaba empezando a brotar en el distrito minero de La Unión, a 200 kilómetros de la Iglesia de san Nicolás donde lo bautizaron sus padres Antonio y Nicolasa.
Pío emigró, por tanto, en ese tiempo en el que ya no quedaba nada de prosperidad minera en la Sierra de Gádor, donde había trabajado como mozo fundidor de plomo y aún no había amanecido con toda su intensidad el negocio de la exportación de los pámpano de uva. Fueron esos años en los que el muchacho alhameño oía hablar sin parar del boom minero cartagenero y hasta allí llegó perdiendo Almería a un emprendedor nato que ganó la vecina Murcia. La biografía de Pío Wandosell, tiene, sin embargo, algunos puntos oscuros en los que no está acreditado que se llamara Pío -parece que adoptó este nombre según el archivero Francisco Ródenas por el papa de la época Pío IX- ni que tampoco se apedillara Wandosell, que habría adoptado como símbolo de distinción. Sin embargo, su biznieto, Gonzalo Wandosell, autentifica ese apellido y lo liga a u comerciante antepasado de Pío que llegó de Flandes en el siglo XVIII para la comercialización con América. Lo cierto es que Pío, o como se llamara realmente, nació en el seno de una familia de moderados recursos dedicada a la explotación agrícola, de la que nunca se olvidó: en 1876, con propiedades mineras en Murcia, compró una casa en Alhama en la que viviría su madre y su hermana pequeña y que él visitaría con frecuencia hasta que ellas vivieron. A La Unión, por tanto, en ese tiempo se trasladaron cientos de familias almerienses del Valle del Andarax y del Almanzora, sin más ajuar que el de sus sueños de encontrar una nueva vida más provechosa.
Al llegar a La Unión, que entonces aún se llamaba El Garbanzal, Pío se instaló en casa de un pariente llamado Manuel Rodríguez Gil en el distrito de Las Herrerías, donde, asegura Ródenas que arrendó un ventorrillo en donde se ventilaban entre sus parroquianos pequeños negocios mineros. En esos primeros años, el alhameño fue abriendo los ojos y empapándose del conocimiento que luego le sirvió para convertirse en uno de los primeros millonarios del siglo minero murciano. Al poco tiempo se casó con Dolores Calvache Yáñez con la que tuvo trece hijos, hasta que falleció de pulmonía y contrajo segundas nupcias con su joven cuñada Francisca, con la que engendró otros once vástagos, en total 24 hijos, de los que trece le sobrevivieron.
Su principal valedor en esos primeros años aún pantanosos fue Ignacio Figueroa, Marqués de Villamejor, a cuyo padre Luis Figueroa había conocido en su adolescencia como operario de una las fundiciones del aristócrata en la Sierra de Gádor.
Pío inició su actividad metalúrgica con la fundición La Paz y Tres Hermanas que le fueron preparando para constituir la de Dos Hermanos, que se convirtió en una de las instalaciones más modernas del Sureste español con el primer horno rotatorio de origen alemán para beneficiar la galena argentífera. Fue diversificando sus actividades mineras con la adquisición también de explotaciones de plomo y hierro que exportaba a Perú, Colombia y Estados Unidos. En la partición de bienes a su fallecimiento era propietario de 120 concesiones mineras. Su gran obra fue la mina Talía, en Mazarrón, que en 1884 convirtió en la más productiva del distrito y que fue piedra angular de su fortuna.
Fue este alhameño un tipo poliédrico, que supo diversificar negocios como nadie con actividades en empresas de explosivos para sus fábricas, conservas vegetales, fue el impulsor del dique seco del arsenal de Cartagena, de la fábrica de electricidad de Orihuela y del negocio de alquiler de casas para los mineros y fue presidente de la Compañía del Ensanche de Cartagena, al igual que hicieron otros prebostes de la época como José Salamanca, Ivo Bosch o Víctor Chávarri, contando como socio con el Conde de Romanones. También participó en casas de banca, importador de trigo americano y tuvo compañías de seguros. Compró varias haciendas y marjales como las de Las Conquetas, en Torre Pacheco, y la de Villa Dolores, llamada hoy Huerto Pío, en la Unión.
Durante un tiempo, desde 1895 a 1905, residió en Madrid, dejando sus negocios en manos de su primogénito José. Allí se hizo de contactos políticos como el de su paisano Nicolás Salmerón y el de Emilio Castelar y fue siempre un activo militante del Partido Republicano, aunque sin querer participar en la política activa. Allí era conocido como ‘el millonario Pío’, entró en la masonería y fue socio del Casino de Madrid. Ayudó a la fundación del Real Madrid Football Club, del que su hijo Adolfo fue directivo y jugador destacado, desde 1903 a 1905, ganando la primera Copa de España.
En 1906 volvió a Cartagena, a seguir nutriendo su fortuna, hasta que sufrió una arteriosclerosis y falleció en 1920 con 72 años. Ninguno de sus herederos supo conservar el imperio que él creo a fuerza de empuje e instinto para los negocios, partiendo de su pericia como fundidor y de unas humildes alpargatas alhameñas con las que inició su camino de prosperidad.
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