lunes, 14 de marzo de 2022

Cuando Almería fue Gloriosa

Cuando Almería fue Gloriosa
Fue un sueño adelantado a los tiempos; la revolución llegó como un primer viento de libertad


José Pascasio de Escoriaza y Manuel Orozco Segura, protagonistas de la Revolución de 1868 en Almería.
   
MANUEL LEÓN 23:28 • 12 MAR. 2022

Como todas las revoluciones, la Gloriosa almeriense empezó por la barriga: una  hogaza de pan valía 2 reales y medio, la mitad de lo que ganaba al día un bracero. Era una Almería -la de 1868- que fiaba su subsistencia a la recogida del esparto y a la minería de plomo; una ciudad en la que apenas vivían 30.000 almas y solo un 10% sabía leer y escribir; una Almería caciquil asaeteada por la hambruna y las epidemias de tifus, con el enriquecimiento de unos pocos burgueses tras la desamortización de Madoz; era una Almería que acaba de derribar sus murallas y el convento de san Francisco  y en la que la población  malvivía en un régimen isabelino represor y dictatorial; era la Almería paupérrima y seca como una calavera que pintaron con su pluma Pedro Antonio de Alarcón y Delamarre llevando sus cuadernos en las aguaderas de una mula. 

Fue la Gloriosa, por eso, el primero sueño de libertad de los almerienses, de sacudirse el yugo uncido a su frente todos los días del año, en los atochares de Alhamilla o en los pozos mineros de la Sierra de Gádor o de Almagrera. Y sin embargo, fue tan grande el sueño, como la desilusión consiguiente entre los menesterosos. Hubo más ruido de nueces, pero, a pesar de todo, fue un delicioso esbozo de adelantamiento a los tiempos: sufragio universal, enseñanza laica, bajada de impuestos de consumo, libertad de prensa, derecho de asociación y un largo etcétera de principios que por primera vez pasaban de la teoría al Boletín Provincial.

Todo ese proceso revolucionario se fue larvando durante el otoño de 1868. Tras la caída del liberal O’Donnell en 1866, los moderados se habían adueñado del poder con el general Narváez a la cabeza y la aquiescencia de la cada vez menos popular reina Isabel II. La crisis económica y financiera se iba adueñando de un país y una provincia cada vez más sometida al poder centralista. La propia burguesía local, representada por los Orozco, Vílchez o los Jover, se encontraba cada vez más encorsetada por ese dominio descentralizador de Madrid. 

Las fuerzas opositoras progresistas, liberales y demócratas se pusieron de acuerdo a través del Pacto de Ostende y empezó a germinar la idea de un pronunciamiento militar liberal contra el Gobierno moderado de González Bravo que se hizo realidad desde Cádiz con el general Juan Prim a la cabeza el 18 de septiembre de 1868 y de allí se extendió como una mancha de aceite por toda esa España decimonónica y campesina.

La Gloriosa llegó a Almería el 28 de septiembre por mar -no existía otro medio- a través del vapor de guerra Vigilante procedente de Cartagena, que había hecho escala antes en Carboneras. Estaban al mando el teniente de navío, Diego Santisteban, y el brigadier Carlos Palanca Gutiérrez, que fondeó en el puerto y amenazó con bombardear la ciudad. Esto hizo que el gobernador militar de Almería, Manuel Moreta, se rindiera al día siguiente. El disparo de un cañonazo y los vivas a la libertad y a la soberanía nacional anunciaron a la población que era llegada la hora de que Almería secundara el glorioso  alzamiento de Cádiz. 

Hubo un recibimiento popular masivo en el Puerto, donde los marinos fueron aclamados. El brigadier Palanca desembarcó y se dirigió al Ayuntamiento donde fue homenajeado. Se constituyó de inmediata una Junta Revolucionaria provisional  que quedó presidida por Ramón Orozco Gerez, como vicepresidente Felipe Vílchez y Francisco Arias de Reina, como secretario. También estuvo participada por el comandante de Marina Soroa,  el comandante de la Guardia Rural, Gabino Aranda, el teniente coronel de Carabineros Miguel Domansky y como representantes demócratas Gaspar Molina, Gerónimo Abad, Pantaleón Martín, el abogado Fermín Peralta, Rafael Carrillo y el periodista, suegro de Colombine, Mariano Alvarez Robles. 

Esta junta estaba compuesta por terratenientes y profesores del Instituto, por burgueses liberales que ansiaban una mayor descentralización política y la supresión de contribuciones e impuestos. Durante varios días permanecieron en Almería 400 hombres armados para garantizar que no habría una vuelta atrás en la nueva realidad revolucionaria. Entre los acuerdos populares adoptados destacaron la expedición de la sal a mitad de precio. Pero también hubo otras medidas especulativas como el derribo de las atarazanas por parte de esa nueva clase dirigente que ansiaba más suelo urbanizable. También se acordó elevar una estatua conmemorativa de las víctimas de 1824, los Coloraos, que fueron fusilados en agosto de aquel año.

El poder provincial se completó con el nombramiento como nuevo gobernador civil de José Pascasio Escoriaza. Solo hubo resistencia a la Revolución en la zona de los Vélez y en los municipios de, Gérgal, Tabernas y Níjar.

A partir de enero de 1869 se constituyó un nuevo Ayuntamiento, el primero que surgía mediante sufragio universal de hombres mayores de 25 años (las mujeres aún no formaban parte de ese pretendido sufragio universal). Resultó elegido alcalde Manuel Orozco Segura, hijo del hombre más rico de la provincia en esas fechas, Ramón Orozco. Junto a él, compusieron el nuevo consistorio, Mariano Alvarez Robles, Antonio Durán, Antonio Vivas Arqueros, Enrique Martínez Alonso y Miguel Balmas.

La Gloriosa fue para Almería un breve periodo de alucinación colectiva que derivó en realidad en una lucha de las élites más progresistas que las isabelinas, pero que quedó neutralizada con el fracaso de la I República, la vuelta de los borbones y la reinvención del caciquismo con Cánovas. La clase obrera almeriense quedó defraudada por aquel primigenio republicanismo y por aquella burguesía que en 1868 fue revolucionaria, como en un sarampión de juventud, y que volvió al redil del conservadurismo.
Cuando Almería fue Gloriosa | La Voz de Almería

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