Con la adolescencia llega un terremoto afectivo en la vida del joven (Foto: Gtres)
Sentimientos :: Adolescencia, tiempos de cambio
MUJER HOY - ISABEL MENÉNDEZ
Con la adolescencia llega un terremoto afectivo en el que el joven debe despedirse de lo conocido y crear nuevas formas de relacionarse.
El proceso que nuestros hijos tienen que realizar en la adolescencia no es fácil. Y a nosotros también nos afecta. Dejan de ser niños y se convierten en adultos, aunque su infancia queda en los cimientos de su identidad de joven adulto. En el ámbito psicológico, es el tiempo de las preguntas: ¿quién soy? ¿Qué quiero ser de mayor? ¿Cómo se es una chica? ¿Cómo se es un chico? No hay respuestas, solo incertidumbres. Es lógico que tengan miedo e inquietud. Aunque los padres también nos interrogamos: ¿qué signos dan cuenta del final de la crisis adolescente y de la entrada en la vida adulta?
Rebeldía moderada
Algunos de los indicadores de madurez afectiva que muestran que un adolescente está abandonando esta etapa son:
● Deja de ser tan rígido en sus opiniones y, por consiguiente, más conciliador consigo mismo y con el mundo. Primero, el joven adulto ya no se avergüenza de jugar como un niño; ha comprendido que ser hombre o mujer permite regresar a la infancia cuando se quiere y como se desea, sin por ello sentirse rebajado.
● Ya no le molesta mostrarse obediente frente a la autoridad ni responder a las indicaciones de alguien que considera superior a él por edad y conocimientos. Las susceptibilidades pertenecen a una época en la que aún no había recorrido su pasaje adolescente en el que sufría el miedo infantil a ser humillado.
● Pero hay otros indicadores psíquicos de esta evolución: la capacidad, por ejemplo, para reconocer las propias imperfecciones y aceptarse tal como se es; estar cómodo consigo mismo y, por lo tanto, disponible con los otros; y, por último, haber aprendido a amar a los otros y a amarse a sí mismo de una manera distinta a cuando era niño.
Un camino propio
El adolescente tiene que organizar un ideal de cómo ser y un proyecto de vida que en parte se desprende del ideal de sus padres, pero que no es el mismo. El joven tiene que abandonar la omnipotencia propia de la adolescencia, las garantías, las certezas, y cambiar para soportar la incertidumbre que acompaña este cambio de posición en la vida.
Según la psicóloga Arminda Aberastury, el adolescente realiza tres duelos fundamentales: el primero es por el cuerpo infantil, perdido. Junto a este tiene que realizar la despedida de la identidad infantil, renunciar a la dependencia y dar entrada a responsabilidades que desconoce.
Por último, tiene que realizar el duelo por los poderosos padres de la infancia, de los que trata de desprenderse, al mismo tiempo que intenta retenerlos en su personalidad, buscando refugio y protección. Este último duelo se ve complicado o favorecido por la actitud de los padres, que también tienen que aceptar el paso del tiempo en ellos y el hecho de que sus hijos ya no son unos niños y eligen por sí mismos lo que quieren hacer con su vida. Sergio ha conseguido, después discutir con su padre, que este acepte su decisión de estudiar Bellas Artes.
Tiene 17 años y ha atravesado una adolescencia movida. Buen estudiante y con notas altas en Matemáticas y Ciencias, lo que más le gustaba desde niño es el arte. Pero su padre, ingeniero, esperaba que siguiera sus pasos. No ha sido así. Cuando a los 16 años Sergio le dijo que quería hacer el Bachillerato de Sociales, su padre no estuvo de acuerdo. Pero con esta opción, el chico ya comenzaba a dirigir su vida hacia donde deseaba, aunque no coincidiera con lo que su padre esperaba de él.
Una nueva vida
Un año más tarde comunicó a sus padres su decisión final. Cuando Sergio desveló su deseo de estudiar Bellas Artes su madre lo apoyó. Pero aunque le incomodaba que su padre no estuviera de acuerdo, tenía claro lo que quería y esperaba que con el tiempo acabaría comprendiéndolo. Cuando un hijo puede decidir aspectos de su vida sin angustiarse porque estén en contra de la opinión de sus padres ya es un adulto. Ha podido construir una identidad que le permite hacerse cargo de sus deseos y llevarlos a cabo.
No siente que esté llevando la contraria, lo ha elegido siguiendo lo que él desea. Esta forma de actuar también señala que sus padres, incluso aunque no estén de acuerdo con él, le han proporcionado los recursos necesarios para que llegue a ser un adulto con independencia y autonomía personal. El adolescente conserva la infancia en el corazón de su ser, sin por ello renunciar a madurar. Y nos recuerda que todos llevamos dentro al niño que fuimos.
El final de la adolescencia coincidirá con ese momento en el que nuestro hijo se vea ante la situación de cerrar la puerta a la dependencia infantil y se hace cargo del peso de su propia historia, que hasta ese momento era sostenida por el mundo de los adultos.
Evitar errores
-Transmitir la idea de que su crecimiento duele, porque ya no son manejables y se alejan. Conviene reflexionar sobre cómo se vive la paulatina separación que comienzan.
-Es frecuente que chicos de 16, 17 o 18 años, se muestren maduros en algunos aspectos y muy inmaduros en otros. Esto surge por un juego de defensas entre el deseo de crecer y el miedo a hacerlo. Echarles en cara, cuando se muestran inmaduros, que no pueden hacer lo que quieren porque no son tan maduros como creen es un grave error, además de dejarlos solos ante sus inevitables avances y retrocesos.
-No se debe criticar esa conducta señalando las contradicciones que están sufriendo. Es un proceso normal. Nadie crece en línea recta ni de golpe. Atacar esas actitudes que están manteniendo es una reacción a la inquietud que su crecimiento crea en los padres.
-Es un error no hablar con ellos de la sexualidad y el amor.
¿Qué podemos hacer?
Conocer las características que conforman la adolescencia normal ayuda a entenderlos mejor. Los síntomas que se integran en lo que se podría denominar el final de la adolescencia son:
-Aceptar sus decisiones cuando competen a su futuro, aunque no sea lo que nosotros esperábamos que hicieran. Son ellos lo que eligen.
-Acompañarlos en ese proceso en el que su posición subjetiva cambia y adopta la responsabilidad de un adulto sin miedo a separarse de los padres.
-Señalarle como buenos los cambios que nosotros percibimos que ha llevado a cabo en su personalidad.
-Hay que ayudarlo en la búsqueda que hace de sí mismo y de su identidad.
-Confiar en que lograrán sus metas, aunque encuentren dificultades y tarden tiempo.
Adolescencia, tiempo de transformaciones -- Mujerhoy.com
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