sábado, 30 de enero de 2016

Gordon Goody, el ladrón caballero

Gordon Goody halló en Mojácar un paraíso donde olvidar su pasado
30/01/2016 Manuel León

Tras el atraco, fue condenado a 35 años pero salió a los 12 y se vino a Mojácar donde regentó un chiringuito. Un vecino de celda le habló del pueblo y él  se ilusionó, se puso a estudiar español, soñando con su Zihuatanejo



Gordon Goody, tras un tiempo viviendo en una casa en Guardias Viejas, en la playa de Mojácar, se retiró a un cortijo cerca de Vera. 

Fue en la Isla de Wight, donde cumplía condena viendo volar cormoranes, donde otro preso con pijama de rayas le habló de Mojácar a Gordon. ‘Mojácar’: le sonó  a libertad, a utopía, a playas desnudas de pasado, donde hacer borrón y cuenta nueva en el libro de su vida.

Le sonó a ilusión por seguir viviendo, por mantener la llama del delirio encendida, a  un joven de Oxford, de poco más de 30 años que acababa de protagonizar el golpe del siglo. Se encariñó con esa tierra almeriense  sin conocerla,  colgado por ella sin saberlo, por las descripciones que le hacía su vecino de celda, sin haber pisado si quiera sus calles  o su arena, como las pisó luego. Se puso a aprender español con cintas de radiocasette, sabiendo que tenía por delante mucho tiempo. Pero la condena se quedó en 12 años, de los 35 iniciales, por un cambio de ley. Gordon Goody, la mañana de su libertad, se afeitó, se vio una década más viejo, hizo el petate y pensó en Mojácar, como Morgan Freeman pensó en Zihuatanejo.

Hasta Mojácar llegó en 1977 el cerebro del asalto al tren de Glasgow de 1963, el que fue portada de todos los periódicos del mundo, al que le correspondían tres millones de euros del robo pero que no llegó a disfrutar ni un penique.

Se compró el ladrón de guante blanco, el Dioni inglés, un apartamento en Guardias Viejas, en esa Mojácar playa que empezaba a consolidarse como el nuevo territorio donde nadie  preguntaba por el pasado. Compró uno de los primeros chiringuitos, con el aventurero nombre de Kontiki, a un compatriota primo de la Reina de Inglaterra. Y allí, frente al Parador de Turismo, con sus brazos tatuados y su semblante de tipo duro, se puso a  tirar pintas de cerveza y a brasear sardinas.

Artillero y peluquero

Lejos quedaban sus tiempos como mal estudiante, sus inicios como artillero real, su salón de peluquería en Fullham y sus primeros atracos a joyerías; lejos quedaban los preparativos para arramblar el tren postal de Glasgow a Londres, disputándose el liderazgo del grupo de 15 compinches, con Bruce Reynolds y Ronnie Biggs: él -el Gordon criado en Oxford, el tipo elegante de trajes de 500 libras y osamenta de gladiador- era quien tenía que llevar en la cabeza el croquis del golpe para que saliera bien: los horarios, el cambio de semáforo, los vehículos para huir y el escondite perfecto; lejos quedaban también los días escondidos en esa granja, jugando al monopoly, fumando hasta ahogarse, compartiendo con gatos latas de beens. Hasta que los pillaron por  unas malditas huellas en los platos y todo el castillo de naipes se derrumbó, todas las cuentas de la lechera se quedaron en eso, incluidos los 2,6 millones de libras que robaron, que equivaldrían a unos 46 millones de euros actuales.

Todo eso quedaba ya lejos para el nuevo Gordon, a pesar de que volvió a tropezarse con la justicia por presunto tráfico de hachis en 1986. Pero su vida ya se encamino por los senderos de la placidez, de los de un hombre tranquilo, aunque de labios apretados. Fueron transcurriendo los últimos años de su vida rodeado de una colonia de amigos que lo protegían de su pretérito imperfecto, con los que compartía el rosbif de los domingos.

Se mudó a un cortijo donde vivió rodeado de perros y gallinas junto a su compañera, invitando a cenar a sus íntimos, mirando siempre al infinito con sus ojos de águila, como cuando se preguntaba, tras la barrotes, si sería verdad que Mojácar era un pueblo de brujas y aquelarres.

Un ladrón de guante blanco que rehizo su vida

Había quedado con Ric Polanski, uno de sus viejos amigos de la Mojácar Golden, para comerse un asado la semana que viene. Aunque, con el enfisema que arrastraba, con todos sus achaques, era más bien un farol, un brindis al sol y él lo sabía. Ya tenía los huesos muy cuarteados y apenas salía.

Hubo otro tiempo en los que frecuentaba a sus amigos de Guardias Viejas, de la Paratá, a Graham, el escocés vendedor de libros de segunda mano. Un tiempo en los que solo Mojácar podía tener entre sus vecinos al más famoso atracador de la historia, con permiso de Luis Válor,  campando a sus anchas sin nadie que le tosiera.

Se le podía ver entre los camareros del bar El Arco, en las legendarias fiestas de Titos a la luz de la luna de Las Ventanicas, en el Koy de Mauro. Se le podía ver con el pelo amarillo, alto como una estaca, acariciando la cara de los niños de sus amigos en grandes celebraciones, con mesas corridas repletas de licores. Mojácar le enseñó a vivir, le hizo olvidar sus ganas enloquecidas de hacerse rico a costa de lo que fuese.

Fue un ladrón de guante blanco que nunca pegó un tiro, que le gustaba lucir rolex en la muñeca y calzarse zapatos italianos. Fue un jovenzuelo con ínfulas, en un barrio inglés de rapaces, que no supo escapar de la telaraña del hampa, hasta que llegó a la Mojácar de los 70, aquella en la que aún se mezclaba el pimentón con el blody mary, las enaguas con el biquini, las cabelleras rubias con los ojos oscuros como la noche.

Gordon, con su  porte de caballero inglés, nunca quiso hablar de su pasado, de lo que ocurrió esa larga madrugada del 8 de agosto de 1963, en la que en veinte minutos desvalijaron un tren entero.

Nunca quiso hablar de que él fue el cerebro, a pesar de que sus colegas, uno a uno, iban cantando la gallina, quebrando el código de silencio que habían pactado a fuego. Ayer volvió a ser noticia en todos los tabloides británicos. Su rostro afiliado, su flequillo rebelde de juventud, volvió a salpicar las páginas del Daily Mail, The Guardian, The Thelegraph, como hace ahora 53 años, cuando protagonizó una aventura que le persiguió toda su vida, hasta que descubrió Mojácar.

En esa tierra de adopción falleció ayer, sereno,  tranquilo, con los pulmones gastados, este cuatrero de trenes, este atracador que supo rectificar hasta llegar a ser querido por mucha gente. Toda esa gente que el domingo se concentrará al mediodía  en el tanatorio de Mojácar a recordarlo, a rendirle homenaje como al mejor de los amigos, al canalla inglés que supo levantarse a tiempo del barro.
Gordon Goody halló en Mojácar un paraíso donde olvidar su pasado

Un integrante de la banda del asalto al tren de Glasgow muere en Mojácar a los 86 años
RAÚL LIMÓN  | EL PAÍS   | Sevilla 29 ENE 2016

Gordon Goody, en una imagen de archivo.
Gordon Goody, en una imagen de archivo. Getty

“Un caballero”. Es la opinión de los vecinos de Mojácar (Almería) y de su Ayuntamiento sobre uno de sus vecinos más conocidos: el británico Gordon Goody, uno de los integrantes de la banda de 14 hombres que el 8 de agosto de 1963 asaltó en un cuarto de hora el tren que unía Glasgow y Londres y se llevó 120 sacas con más de 2,6 millones de libras (3,4 millones de euros). Goody, de 86 años y uno de los protagonistas del conocido como robo del siglo, ha muerto este viernes a la seis de la mañana, enfermo, de una parada cardiaca en Mojácar, una localidad costera donde se refugió en 1977, tras cumplir 12 años de condena. Allí abrió un chiringuito en la playa, el Kontiki, y acogió a media docena de mascotas abandonadas.

“Queda entre nosotros para siempre su sonrisa, su gran envergadura [medía casi dos metros], que no era suficiente para albergar el gran corazón abierto a todos los que se acercaban a él”, destacó este viernes el Ayuntamiento de Mojácar, para el que Gordon Goody ha sido un vecino ejemplar, “una persona que se aleja de la imagen que pudieran tener aquellos que no le conocían o que se podría tener a tenor de los difíciles años que marcaron gran parte de su vida”.

El Ayuntamiento ha querido rendir con estas palabras homenaje a un “caballero” que rechazó el futuro de fontanero que le ofrecía su padre y que abandonó pronto su oficio de peluquero para apostarlo todo a los 15 minutos que duró el atraco más famoso de la historia del crimen y que cambió la vida de todos los integrantes de la banda.

Goody fue detenido en Leicester pocos meses después del asalto al tren del dinero, gracias a las huellas que dejaron en un Monopoly con el que pasaron el tiempo tras el robo, en compañía de una modelo que había sido miss Gran Bretaña. Tras una docena de años en la cárcel, recaló en la costa almeriense, donde vivió en un céntrico apartamento rodeado de familiares, amigos y mascotas. "Junto a ellos ha muerto", resaltan los responsables municipales.

En los últimos años, también usaba un cortijo en Vera, una localidad situada a 20 kilómetros y donde podía pasear y disfrutar de sus animales. Otro de sus locales de referencia era el Pavana, un bar en lo alto del monte que ocupa el centro del pueblo y muy frecuentado por la numerosa comunidad extranjera durante todo el año.

Este ladrón de educación exquisita vivió como atracó, sin violencia, sin ruido. Durante el asalto, solo el maquinista resultó herido, única circunstancia de la que Goody se arrepintió siempre.

“Dejaste tu marca”, escribió un amigo suyo, Eric John Hughes, en un mensaje de condolencias en las redes sociales. “Y otra vez hemos perdido a un buen hombre y un amigo. Nunca te olvidaremos Gordon. Siempre estarás en nuestros corazones”, añadió otro amigo, Alois Strasky.

Gordon Goody era conocido por todo el pueblo, ha recordado este viernes un vecino de Mojácar propietario de un bar cercano al que montó el británico. "Pero nunca alardeó del robo, siempre se mantuvo discreto y con modales extraordinarios", ha añadido.
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