Una joya olvidada en peligro de extinción
La Finca Experimental ‘La Hoya’ cría en cautividad especies norteafricanas amenazadas
MARTA RODRÍGUEZ / actualizado 14.04.2018
Gacelas dorca y dama en la Finca Experimental ‘La Hoya’. Ambas especies conviven bien. No así las gacelas cuvieri. FRAN MUÑOZ
Sobre restos de construcciones del siglo XI -etapa de mayor esplendor de Almería-, a los pies de una ladera tan verde que rechina en la tierra de la aridez, con la muralla de Jayrán casi como único cerco y al abrigo de las atalayas que son la Alcazaba y el Cerro de San Cristóbal, se sitúa una de las instalaciones más singulares del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): la Finca Experimental ‘La Hoya’, una gran desconocida para la ciudad.
Con acceso desde la olvidada calle Chamberí, los orígenes del centro se hunden en la mitad del siglo XX con la adquisición por parte del CSIC de una parcela de 18 hectáreas a la espalda de la Alcazaba. Durante los años 50 y 60, La Hoya fue cuna de importantes descubrimientos científicos y la disminución de la actividad en los 70 fue aprovechada por un reconocido investigador, el profesor José Antonio Valverde, vinculado al Parque Nacional de Doñana, para redirigir su mirada a la recuperación de especies norteafricanas en peligro de extinción.
Así nació el Parque de Rescate de Fauna Sahariana, que es como viajar a África sin salir de Almería aunque las últimas lluvias se empeñen en darle a todo una pátina verdosa.
Desde las primeras dos gacelas que llegaron en el año 71 y gracias a un esfuerzo sobrehumano -“en aquella época no había ni veterinarios”-, la finca ha multiplicado su población hasta los cien ejemplares de cada una de las cuatro especies que cría en este momento en cautividad: la gacela dama, la dorca y la cuvieri y un caprino, el arrui.
El centro ‘in situ’
Al margen de la Estación Experimental de Zonas Áridas de la que depende -ubicada en La Cañada-, La Hoya cuenta con un banco de recursos genéticos, una clínica, aviarios y cercados para los animales.
En los cercados, ajena a la vida en la ciudad, la gacela dama -la de mayor tamaño de las tres que mantienen- se arrincona alertada por el peligro que supone la llegada del visitante. Esta subespecie extinguida -a pesar de las reintroducciones que se han hecho en Senegal- es territorial. De ahí que conviva un macho que se aleja y un grupo de hembras que en ningún caso se separa.
“Cuando se hace una reintroducción, se realiza un seguimiento de años. Aquí todos los ejemplares tienen endogamia aunque la controlamos bien para que no se reproduzcan entre hermanos. Al devolverlas a su hábitat, llevamos a las que tienen mayor variedad genética, a las que están más sanas”, puntualiza el subdirector del centro, Jorge Cassinello.
Junto a la dama convive otra más pequeña y ligera -que casi da saltitos al caminar-, la gacela dorca o del desierto. “Tienen los problemas típicos de animales que se organizan en jerarquías, pero la convivencia es buena, lo que nos ha permitido aprovechar el espacio. La dorca es la que presenta menos endogamia, porque se trajeron más ejemplares, hasta una veintena, pero incluso así está en peligro en el norte de África. Recientemente un artículo ha puesto de relieve que las guerras del Magreb está repercutiendo negativamente en la supervivencia de estas especies, no solo porque las cazan para comerlas, sino por las alteraciones del hábitat”, señala.
En cercados individuales, los machos que ya se han reproducido, aislados para evitar agresiones.
Después, la gacela de cuvieri, que es de montaña, aunque se adapta a zonas llanas. Con un comportamiento complicado con las otras especies, lleva una protección en los cuernos debido a lo afilados que son. “El color blanco de la culata contrasta con el de la cola como si fuera una especie de semáforo para avisar de cualquier potencial peligro”.
Y al fin, el arrui con su largo pelaje en los lugares más caprichosos. Subido en un recoveco del monte, similar al bisonte pero sin superar los 130 kilos. Para algunos está considerado especie invasora de Andalucía y para otros, “ayuda a mantener la biodiversidad de la vegetación, ocupando la función del toro y el caballo salvaje”.
Ausencias y problemática
Movidos por el interés arqueológico y paisajístico del entorno, desde la Asociación La Chanca-Pescadería ‘A mucha honra’ se ha promovido esta semana una visita a las instalaciones de ‘La Hoya’ en un momento en el que precisamente se está valorando la idoneidad o no de abrir el centro al público. “Las gacelas se ponen muy nerviosas”, alega Jorge Cassinello, “y al fin y al cabo es un lugar dedicado a la investigación”.
Lo más curioso de la expedición -en la que hay representantes de diferentes colectivos y del Conjunto Monumental de la Alcazaba- es la ausencia del Ayuntamiento -“por problemas de agenda”, traslada Encarni González, de 'La Chanca-Pescadería'-, cuando son parte implicada en uno de los principales problemas que afecta a la finca.
A los estragos ocasionados por las bandadas de palomas que se posan en la zona cada amanecer y cada atardecer y a los zorros que se cuelan a través del vallado para robar crías de gacelas -“hace tiempo que no tenemos bajas, las últimas fueron en 2014 cuando se registraron catorce”, apunta el veterinario, Gerardo Espeso-, se suman nuevas dificultades que hacen que el futuro de la Finca Experimental ‘La Hoya’ sea incierto.
Uno de esos escollos tiene que ver con el convenio según el cual el CSIC cedía durante 50 años al ayuntamiento terrenos de la llamada La Hoya chica -ahora destinados a aparcamientos- y en seis años el Consistorio se comprometía a construir un jardín botánico con un centro de interpretación. El plazo expiró en 2013.
“Nosotros tampoco hemos presionado, pero por parte del ayuntamiento no ha habido respuesta hasta que hace poco nos dijeron que ese dinero se estaba invirtiendo en la expropiación de viviendas de las calles colindantes, y eso costaba muchísimo. Lo que nos choca es para el Mesón Gitano no hay problema. De momento, no queremos que se rompa la relación, pero sí que se retome ese compromiso”, explica el director de la finca, Francisco Domingo.
Un proyecto antiguo
La falta de espacio para los animales y el frío y la humedad que afecta, por ejemplo, a los arruis que cogen infecciones en las pezuñas -“no olvidemos que son especies de desierto”, subraya Cassinello - provocan que cada cierto tiempo salga a colación aquel proyecto antiguo de trasladar las instalaciones a Tabernas o el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.
“Es una idea de los años 80-90, pero estaba pendiente hacer un estudio de viabilidad económica y científica. No se descarta, pero hoy por hoy se necesitaría una cantidad ingente de dinero y el apoyo de un par de ministerios, y habría que buscar ayudas privadas. Sería una cosa bonita porque podríamos tener a los animales en semilibertad con visitas en Land Rover y no tendría nada que ver con esto que la gente cree que es un zoológico”, sostiene el subdirector de la finca.
Y hablando de zoológicos, desde el centro se han enviado ejemplares de las poblaciones que crían a Jerez, Córdoba, Tabernas, Barcelona, Madrid, Canarias y Valencia. “Así te aseguras de que en caso de que haya una plaga, no se extinga del todo una especie o subespecie”, concluye.
Una joya olvidada en peligro de extinción
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