Alfonso XIII en Almería. Tontunas de unas visitas reales
Esta es la croniquilla de las cuatro cosas secundarias surgidas al amparo de las estancias principales de Alfonso XIII en Almería
Visita de Alfonso XIII a Almería / D.A.
JOSÉ LUIS RUZ MÁRQUEZ
Almería, 15 Octubre, 2023
Al escribir esto que usted ha comenzado a leer no solo he pensado en las visitas que Alfonso XIII giró a Almería, calcadas a las de Barcelona y Gerona por citar otras capitales españolas que lo recibieron por aquellos días, narradas con precisión por la prensa de la época… sino que quiero ocuparme en algún que otro pasaje de las mismas, simple cuando no rayano en la bobada. La primera visita, la de 1904, fue la de un rey de dieciocho años venido a inaugurar el Cable Inglés y otros cumplimientos entre ellos su paso por la vieja Escuela de Artes y Oficios dirigida por Carlos López Redondo, madrileño ilustre, de bigotazos de punta como sus pinceles privilegiados, que conocía al rey a través de su hermano, médico de la real casa. A él, pues, debemos el magno edificio de la Escuela hoy instituto Celia Viñas por cuyo mérito se le dedicó el malecón diestro de la Rambla, nombre desaparecido el mismo día, no lejano, que dejando a dos velas a Francisco Villaespesa, la dedicaron en su totalidad a García Lorca en una muestra más de cómo se emboba Almería ante lo foráneo.
Flor de un día, 15 de enero de 1911, fue la visita girada desde Melilla cuando escoltado por varios buques de la Armada, el yate "Giralda" puso al rey en el puerto para que siguiera navegando, ya por tierra, en el soberbio coche Hispano Suiza de su director, Francisco Javier Cervantes quien, piloto de la singladura, lo llevó por la avenida de la Reina Regente y Paseo de su real nombre, calles Ricardos, San Pedro, Real y Lope de Vega, hasta un te deum en la Catedral, para desde allí tomar carrerilla y trepar al tercer recinto de la Alcazaba para inaugurar la estación de Radiotelegrafía allí establecida en 1908 y saludar a sus soldaditos custodios.
La de 1922 fue con mucho la visita más destacada con la imposición de la medalla al mérito militar al regimiento de la Corona por su actuación en la guerra de África y otros actos, en uno de los cuales echó Su fumadora Magestad mano al mechero y este le falló… en una de esas rarísimas ocasiones en las que todos los ojos de la comitiva estaban mirando para otro lado y, como el rayo, uno de los asistentes le dió fuego al rey y este -que otras cosas no, pero simpático era- se lo agradeció con una sonrisa ahumada y la mano en el hombro, ganándose, para casi siempre, a este hombre, que no era otro que Francisco de Burgos Seguí, hermano de nuestra célebre Colombine y apodado "Serpentina amarilla", empleado del Puerto, afín a su director, el conservador Cervantes, y periodista vocacional que tuvo que ver con el feo pabellón de Almería en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, en la que, por cierto, se conocieron mis padres, algo que será nada para la historia, pero vital para mí existencia.
Agradecido para casi siempre de aquel real gesto y contándolo siempre que tenía ocasión, vivió este hombre hasta 1931, en que con la República se sacudió del hombro la mano del rey y viró a republicano, campo desde el que realizó una extensa labor política y social muy bien descrita en estas mismas páginas por Antonio Sevillano.
En 1923, el general Primo de Rivera empezó, más que a hablar, a dictar en nombre del rey, y como tal aparecería en Almería el 21 de julio de 1924"; si había habido humo en el viaje de Alfonso XIII, ahora es polvo lo que hay en la gira de inspección de sus obras y bautizo como "Álvarez de Sotomayor" al campamento de Viator, cuando por sorpresa se consigue que la comitiva ruede por el camino auténtico, infernal y descuidado, y no por el previsto, arregladito a prisa y corriendo para el disimulo. Y así llegó en coche descubierto el dictador: polvoriento y mareado, pero sabedor de cómo cazaba la perra gracias al autor del cambiazo que no fue otro que el ingeniero estatal Antonio Gómez Fernández de Píñar, mi pariente, sensible dibujante paisajístico y excéntrico como bien le constaba a la plaza de San Pedro, cuando aparecía en el balcón de su casa, contigua al templo, en calzoncillos, para escándalo de mayores y divertimento de la chiquillería…
Ganó el rey las elecciones de 1931 y para qué quiso más: tuvo que irse y ocurrió lo que suele cuando escapa el gobernante: que se ejerce una Iconoclastia que va a por su nombre para arrancarlo de las esquinas, o a por su imagen para rajarla de ser pintura, o hacerla añicos de ser estatua… y eso fue lo que aconteció con el último rey Alfonso: que pasó de decimotercero a treceavo, de ordinal a partitivo, hecho pedazos, que ya saben lo que pasa cuando el perro enflaquece: que todo se le vuelven pulgas que se vienen arriba y le dan guantás de esas de "a moro muerto, gran lanzada" que fue lo que hicieron en Almería con don Alfonso de Borbón el Autoexiliado.
Retrato al óleo, cayó lanzado del balcón del Ayuntamiento ante el aplauso de la asistencia al tiempo que uno de los cagajones tirados desde abajo por unos mozalbetes se vino a estrellar en la frente del lanzador. Sello de correo, retrato de perfil, excelente obra del grabador Enrique Vaquer, le marcaron en su cara con letras mayúsculas la palabra "república", en español filatélico, lengua hoy moribunda, una sobrecarga conocida como "de Almería", privada y nada que ver con la oficial que hasta 1935 mantendría en validez los sellos del rey sobrecargados con la leyenda "República Española" para aprovechar los emitidos, en envidiable gesto de ahorro de un tiempo, ya remoto, en el que el dinero público era de alguien.
A este linchamiento filatélico se sumó el heráldico y a la concluída, pero sin inaugurar, Escuela de Artes y Oficios, hoy Instituto Celia Viñas, obra de la Monarquía de cabo a rabo, le mutilaron su escudo arrancándole la corona real para ser sustituida por la republicana: que ahí sigue, sin problema, disfrutando de una curiosa ley de amnesia histórica…
Y esta es la croniquilla de las cuatro cosas secundarias surgidas al amparo de las estancias principales de Alfonso XIII en Almería. Tontunas de unas visitas reales.
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