Rescatan el camino de Enix
El viejo camino que asciende hasta los montes de Enix desde el Quemadero se está poniendo de moda
03/11/2015 Eduardo D. Vicente
El viejo camino ofrece vistas espectaculares de la ciudad y de su costa. Eduardo D. Vicente.
Subiendo por las calles del Quemadero, paralelo al Camino de Marín, se llega a un puente corto y estrecho que une la pequeña barriada de las Trincheras con las primeras cuestas que anuncian la ascensión por un largo caracol que lleva hasta la sierra de Enix.
Es el antiguo camino de Enix que en los años treinta del siglo pasado se ensanchó para convertirlo en una sinuosa carretera que unía la ciudad con los pueblos de la sierra. Una carretera de tierra construida sobre cerros pelados y al borde de impresionantes desfiladeros donde un descuido podía costar la vida. Las obras que transformaron este viejo sendero en carretera sirvieron en los tiempos de la República para aliviar la crisis de trabajo que existía en la capital, empleando a varias decenas de obreros que estuvieron adecentando el camino hasta que quedó dinero en las arcas de la administración. Como el presupuesto no dio para mucho, la carretera quedó con un aspecto destartalado, primitivo, sin ningún pretil, sin señalamiento alguno, expuesto a la acción de las lluvias, más propicia para el tránsito de los ganados que para la circulación de vehículos, que era lo que se pretendía con este proyecto.
El viejo camino entre las montañas, que nace al norte de la ciudad, ha permanecido abandonado durante décadas, colgado del olvido, como si no formara parte de este tiempo. Sin embargo, en los últimos años este extraordinario paraje está recuperando la vida gracias a los senderistas y aventureros que han encontrado en sus rincones los lugares idóneos para perderse y alejarse de la civilización durante unas horas sin perder de vista la cercanía de la ciudad.
Los fines de semana el camino de Enix se llena de vida gracias a los excursionistas que recorren sus cuestas a pie y de los grupos de deportistas que con sus bicicletas de montaña ascienden por ese laberinto de cuestas imposibles que parece sacado de otro siglo. Es emocionantes subir por las calles del Quemadero o por la Rambla de Belén, y a escasos cien metros del tumulto de los coches y de las calles, encontrarse con otro universo completamente distinto, con un escenario privilegiado tan olvidado como pueden estar los senderos de la Molineta o el cerro de San Cristóbal.
Nada más comenzar la ascensión se tiene la sensación de entrar en otro tiempo. De pronto se van amortiguando los ruidos entre la soledad de los cerros descarnados. El paisaje impresiona: apenas se ve un árbol y no hay más rastro de vegetación que las matas que sobreviven expuestas a la acción de los vientos. Ya en los primeros kilómetros el caminante se encuentra, al volver la vista atrás, con una panorámica majestuosa donde la ciudad parece una acuarela con la bahía como telón de fondo. Si el día está claro los perfiles de la sierra del Cabo de Gata destacan como un gigante tendido sobre el mar. Qué distintas parecen las murallas y las piedras de la Alcazaba desde aquella perspectiva, las casas del barrio de la Chanca, los grandes bloques de edificios que deshumanizan la ciudad. En los más de veinte kilómetros de recorrido hasta llegar a Enix, el camino ofrece estampas llenas de belleza, que se acentúa con la soledad del lugar. La vegetación escasea y son escasas las viviendas que aparecen en los rellanos de los cerros. Por allí discurren las cuencas de la Rambla de Belén y de Alfareros, con las lomas del Salto del Gallo, del Algarrobo y de Mojano, el cerro Gordo y el cercado de la Campita.
Rescatan el camino de Enix
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