Crusat nunca jamás dejaba de lado su arma mortífera: la velocidad.
Escrito por Sebastián Guirao / Sportalmeria / Viernes, 08 Noviembre 2013
Crusat
Jornada 3. Liguilla de ascenso a Segunda División. Temporada 2001-2002. U. D. Almería-Espanyol B. “¡El diez, el diez, el diez es un hijo puta!”. Estas obscenas palabras fueron las primeras que la grada rojiblanca –en aquel año, del Juan Rojas– dedicó al pequeño atacante catalán después de que el experiquito rehusara con un mal gesto darle la mano a uno de los pupilos de Casuco.
Nombre: Albert Crusat Domene.
Lugar de nacimiento: Barcelona.
Fecha de nacimiento: 13 de mayo de 1982.
Demarcación: extremo izquierdo.
Temporadas en la UDA:
2005-2007: Segunda División.
2007-2011: Primera División.
Transcurridos tres años desde ese desencuentro, esa aversión se transformó en vítores y aplausos (siguiendo la “lógica” [entre muchas comillas] del fútbol): aquel extremo chiquitillo de agrio carácter e impulsivo temperamento había firmado por la entidad de Alfonso García.
NO LLEGABA UN CUALQUIERA. Albert ya era conocido en el panorama futbolístico nacional en el año de su fichaje por la UDA; desgraciadamente algunos sabían de él por la mala fortuna en su debut en Primera, ya que en aquel choque en el Santiago Bernabéu Zidane cayó sobre el extremo del Espanyol y le fracturó la clavícula. A pesar de ello, Crusat continuó con su carrera, aun sin haber explotado en Primera, recalando posteriormente en el Rayo y en el Lleida, su último club antes de ser pescado por el Almería.
LA BALA. Tras convulsas temporadas en el seno de la entidad almeriense, desde 2005 el club sabía a qué apostar y cómo apostar. Y el velocísimo Albert Crusat era ejemplo de ello. El barcelonés compartió vestuario con el grupo que hizo historia en la Unión Deportiva Almería en aquella época: el equipo jugaba bien y Crusat por su banda estableció un reino particular.
Tanto en su primer año, con Paco Flores, como después con Unai Emery, Albert se lucía una y otra vez en los campos de Segunda División. Una auténtica motocicleta al servicio del equipo. Sumaba innumerables internadas por banda, conseguía remates a portería, era protagonista de ocasiones claras para poder marcar y nunca jamás dejaba de lado su arma mortífera: la velocidad.
EL VUELO CONTINUABA. Concluida la épica temporada del ascenso, donde el estilete zurdo firmó bellos goles, como el que marcó contra el Vecindario, Crusat siguió brillando con luz propia en Primera, tanto poniendo en dificultades a Sergio Ramos como colocando centros en el área del Valencia, por ejemplo. De corta estatura, pero de enorme genio, el hábil atacante no se achicaba ante nadie y continuó haciendo disfrutar a su afición con su explosiva velocidad, sus buenos servicios y su agilidad para moverse.
“¡CRUSAT, QUE TE VAN A EXPULSAR!”. Tantas y tantas veces los fieles almeriensistas debieron de gritar esto cuando el ratón recibía una falta y se convertía en león instantáneamente. El diálogo sosegado no era precisamente una de sus características sobre el césped, lo cual dio lugar en indeseadas ocasiones a amonestaciones y expulsiones.
Era algo con lo que también había que jugar, como todo futbolista, con sus virtudes y sus defectos. En el caso del 8 indálico, con sus internadas y su brillante juego, continuó siendo la principal baza ofensiva del equipo en muchos partidos, por encima de sus errores verbales.
UNO DE LOS MÁS RÁPIDOS. Sinónimo de rapidez, sin duda Albert Crusat será recordado, no solo por los almeriensistas sino por el fútbol español, como uno de los jugadores más rápidos de los últimos tiempos. Completó el póquer de las cuatro temporadas consecutivas de la UDA en Primera y hasta el final de su estancia andaluza abarcó las cualidades de gran asistente y en bastantes ocasiones provocador de faltas y penas máximas. Su servicio al club capitalino es de insuperable elocuencia e irrefutable evidencia.
A la familia rojiblanca le dejó infinidad de momentos por su amado carril izquierdo: centros, disparos, tarjetas, llegadas hasta la línea de fondo e incluso goles. Pero, aparte de este carrusel de cosas y más allá de su rebeldía juvenil, dejó lo más importante de todo: su alma.
Crusat
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