domingo, 16 de agosto de 2015
El fotógrafo que cambió París por Aguamarga
Aguamarga en 1964 donde se refugió el fotógrafo Cabestrero. La Voz.
El fotógrafo que cambió París por Aguamarga
16/08/2015 Manuel León
Rafael Lorente, el cónsul rojo, le habló de Mojácar, pero el gran Teo Cabestrero, fotógrafo del París de los adoquines, se enamoró de Aguamarga donde murió en su casita blanca
Cuando Teodoro Cabestrero Otero (Madrid-1927) pisó por primera vez Aguamarga en 1960 dijo “ya paro”. Se compró una parcela de 4.000 metros y se edificó una casita blanca frente al mar de Ulises.
Se iluminaba entonces con candiles en esas noches eternas (la luz eléctrica llegó en 1968), rodeado tan solo por cincuenta vecinos. Compraba dos o tres barras de hielo en Pescadería, las envolvía en hule y cada vez que iba a la ciudad pinchaba un par de veces el auto.
Llegó a juntar seis ruedas de repuesto en el coche, por si las mosca; cuando el fotógrafo Cabestreros llegó a Aguamarga, el suyo era el único coche del lugar. Cuando avisaba a los vecinos de que pensaba ir a Carboneras a comprar, al día siguiente aparecían más de una docena para que los acercara.
Teo falleció en esa misma casa, bajo el rumor de las olas y el olor a salitre pero ahora todo el mundo tiene dos o tres coches. Ahora, esos vecinos iniciáticos, se han hecho casi ricos alquilando sus viejas casetas y su espacio vital se ha llenado de cemento, de bares donde expenden sardinas a la plancha y de tiendecitas de bisutería.
Cabestrero no fue un fotógrafo de postín, de renombre mundial, pero fue un amante furtivo de la Almería levantina que despedía la enagua y recibía al biquini, que dejaba atrás el caldo pimentón y empezaba a descubrir los daiquiris con los primeros turistas.
Hijo de Malasaña
Nació en el castizo barrio madrileño de Malasaña y trabajó para la agencia Efe en París. Antes se alistó en la Marina y se dedicó a hacer fotos a modelos publicitarios. Se fue a colaborar en labores de ayuda humanitaria en la gran inundación que sufrió Holanda en los años 50 y a su vuelta, se introdujo como fotógrafo de prensa.
Su actividad profesional en París le llevó a ser fotógrafo oficial de la Embajada española donde conoció a todos los políticos y artistas de fuste de la época. Contaba con un pequeño laboratorio fotográfico instalado en su apartamento donde revelaba los negativos en blanco y negro que hacía con su Leika, como recuerda su amigo Guillermo Armengol.
Su pasión por Almería se la descubrió Rafael Lorente, el cónsul rojo, que lo convenció con opíparas cenas para que viniera a Mojácar a hacer un reportaje de casitas encaladas y mujeres bíblicas con la cara tapada y el cantaro en la cabeza, como las que descubriera Ortiz Echagüe.
Anfitrión
El alcalde Jacinto le quiso regalar un terreno, pero Teo siguió su ruta y descubrió Aguamarga, de la que ya nunca se separaría.
Allí recibía a sus amigos franceses y españoles, tomando vinos en el porche de su casita frente al mar. Por allí pasaron el propio Armengol, José María Moreiro, Lorente o Nativel Preciado.
Su casa sigue ahí, tal como él la concibió, como el la moró cuando era el sultán de sus arenas, cuando tomaba copas con pescadores y recibía a intrépidos viajeros que hasta allí llegaban.
Aguamarga ha pasado de ser un caserío, cuando él llegó, a una población turística donde veranean príncipes nórdicos La parca se llevó recientemente a este aventurero, a este audaz, que cambió los adoquines parisinos por las arenas de lo que entonces era el fin del mundo. , Teo Cabestrero, se murió de madrugada, con el sonido de las olas asomando la espuma al filo de la ventana.
El retratista de la enagua y el bikini
Las fotografías almerienses de Teo Cabestrero tuvieron un gran impacto a principios de los años 60. En un reportaje en el diario YA, fechado el 10 de junio de 1962 fue uno de los pioneros en retratar a las mujeres tapadas con los pañuelos y con los cántaros en la cadera en la fuente de Mojácar, en contraste con turistas británicos que por allí iban apareciendo. Pero su destino estaba escrito en Aguamarga donde encontró la paz del guerrero.
El fotógrafo que cambió París por Aguamarga
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